sábado, 12 de enero de 2013

Los crímenes de la Ermita del Otero

En el cerro del Otero, mucho antes de que Victorio Macho erigiera su monumental Cristo en 1931, existía una pequeña ermita llamada Santa María del Otero, servida por un ermitaño y su familia.
El 1 de Enero de 1469 subió un capellán a decir misa,encontrándose allí degollados al matrimonio ermitaño y a sus dos hijas.
Los espantosos crímenes, fueron cometidos por dos criminales vecinos de Palencia impulsados por el móvil del robo, pues sabían que la ermita estaba bien provista de cálices,ornamentos y otras joyas, y los cepillos repletos de limosnas.
Se apresó a los culpables y antes de ajusticiarlos,se supo por su confesión que después de haber matado a sus padres una de las niñas reconoció a uno de los autores llamado García Sequero y este al verse descubierto, acuchillo a ella y a su hermana.
Este "monstruoso" crimen conmovió a Palencia y pueblo y cabildo salieron en procesión.


En la misma ermita del cerro se enterró a los padres y  a las niñas las llevaron en unas andas a enterrar a la capilla de San Sebastian de la catedral..
Y las gentes sencillas ,convencidas de la santidad de las niñas,cogían la tierra de la sepultura y la llevaban como reliquia a su casa con gran devoción.






Pero no fue este el único crimen cometido en esta ermita,bastantes años más tarde concretamente el 25 de Noviembre de 1907 ocurrió uno de los asesinatos más sonados acaecidos por estos lugares.
Los trágicos hechos, sus repercusiones, las investigaciones posteriores y el desenlace final mantuvieron en vilo mucho tiempo a una población que, durante meses, vivió con tensión los acontecimientos, ante la duda de quiénes eran esos asesinos que seguían sueltos.
En las noticias de la época se apunta que en el vecindario reinaba un «pánico indescriptible» tras los hechos acaecidos aquel domingo a las seis y media de la tarde, cuando cuatro hombres enmascarados llamaron a la puerta de Mariano Rey del Río, un hombre de 52 años que cuidaba la ermita del cerro del Otero y que vivía junta a su criada, Isabel Arroyo Pérez, de 74 años.
Las piezas del puzzle fueron encajando al cabo de los días, ya que las primeras manifestaciones indicaban que, mientras a la criada la ataron, a Mariano Rey le propinaron una fuerte paliza y su cadáver fue descubierto en la antigua capilla de Santo Toribio -una sala contigua a la ermita- cuando la misma Isabel Arroyo logró desatarse.
Al llegar la policía los aposentos se encontraban en desorden, la ropa por el suelo, en la capilla revueltos todos los ornamentos sagrados, las imágenes fuera y los candelabros y velas en el suelo.
Las investigaciones iniciales apuntaban a que el ermitaño había sido «apaleado», aunque también tenía «heridas de arma blanca, varias quemaduras y signos de una posible asfixia».
Todo un cúmulo de artimañas para hacerse con un supuesto botín de unas 1.100 pesetas en metálico que, al parecer, Mariano Rey guardaba en la casa, en la que vivía con mucha tranquilidad, tal y como había manifestado días antes a un grupo de visitantes a los que enseñaba la ermita.
«Yo no tengo miedo a vivir aquí, pues también vivieron muchos años mis padres y no les ocurrió nada. Además, tengo para defenderme, si llegara el caso, armas», señaló entonces el ermitaño, refiriéndose a una escopeta y a un trabuco que poseía en la vivienda.

CONMOCIÓN NACIONAL. Tras conocerse el trágico suceso comenzaron las investigaciones, unas investigaciones que con el tiempo se abrieron paso a nivel nacional y el caso llegó a conmocionar a todo el país. Tal fue la magnitud del suceso que, durante muchos días, «los periódicos locales eran arrancados de las manos de los vendedores».
Las detenciones llegaron pronto y muchos sospechosos tuvieron que prestar declaración por el crimen. La criada acudió en varias ocasiones para reconocer a los presuntos criminales, pero ella nunca reconoció a nadie entre los detenidos, aunque en sus declaraciones incurrió en tantas contradicciones que se dictó auto de procesamiento y encarcelamiento contra ella.
Tras este llamativo capítulo, la policía detuvo en Madrid a tres sospechosos que, durante su traslado en tren hasta la capital palentina, lograron burlar la vigilancia y escapar.
Pero dos de ellos fueron detenidos nuevamente. Eran Mariano Monzón de la Rúa, El Moraita -natural de Dueñas y jornalero de profesión- y Gervasio Abia Brizuela, El Chivero, un pastor de Palencia. Es éste último quien acusó como cómplice a la criada, que también terminó en la cárcel, aunque un mes después fue puesta en libertad al no tener pruebas contra ella.
Al tiempo llegaron dos nuevas detenciones. Las de Cipriano González Fraile, El Chato, un panadero de Valladolid, y Santos Collado Ortega, El Quinquillero, procedente de Ademud (Valencia).
Los cuatro presuntos criminales fueron trasladados al Penal de Burgos, aunque poco después a Chivero le trasladaron a la Cárcel Modelo de Madrid para juzgarle por un asunto pendiente vinculado con el robo de unas gallinas. La suerte se puso de su parte y logró fugarse en el camino, resultando imposible dar con su panadero.
A los pocos meses se celebró el juicio en la Audiencia de Palencia y durante siete intensas sesiones se analizaron, debatieron y expusieron todos los puntos del crimen y sus implicaciones, entre ellas, las de la posible vinculación de la criada a la que los procesados siguieron acusando de complice, aunque ella lo negó siempre.
Tras estas sesiones, el jurado popular dio a conocer el veredicto -culpables- y la sentencia: pena de muerte a garrote.
Esta decisión alarmó a toda la población palentina y comenzaron a surgir comentarios variados al respecto, algo de lo que se hicieron eco los abogados defensores y que les sirvió para iniciar las oportunas gestiones de cara a conseguir el indulto. Así, escribieron una carta argumentando que los acusados «no tenían intención de hacer tanto daño» y que «la Justicia nada tiene que ver con la venganza».
La acogida de la carta por parte de las autoridades locales y de los palentinos en general tuvo tanta repercusión que los abogados llegaron con sus gestiones hasta diputados y senadores nacionales.
Los esfuerzos se vieron compensados y, a petición del Consejo de Ministros, el Rey de España, Alfonso XIII, el 26 de marzo de 1910 con motivo de la festividad de Viernes Santo y siguiendo la piadosa tradición dispuso el indulto de 23 reos condenados a «la última pena». Entre ellos se encontraban El Chato, El Moraita y El Quinquillero, que esperaban en la Prisión Provincial la ejecución de la sentencia. Fue el propio alcalde de la ciudad, Tomás Alonso, y distintas personalidades palentinas quienes se desplazaron a la cárcel para dar cuenta a los reos del feliz resultado de las gestiones, «obsequiándoles con unos cigarros» y sacándoles al patio «donde les hicieron unas fotografía.
 Los tres procesados cumplieron en presidio la pena de reclusión que tras el indulto les recayó, beneficiándose de las distintas amnistías que a través de los años se concedieron. Se rumorea que dos de ellos murieron en presidio y que el tercero, tras varios años de condena, obtuvo la libertad. Sobre El Chivero, que se escapó de la Modelo en noviembre de 1908 -y que no pudo ser juzgado ni condenado- se dice que se marchó a la República Argentina.
A Isabel Arroyo, que aparecía como cómplice, se le abrió un proceso judicial aparte pero, al no probarse los cargos, se sobreseyó la causa por falta de pruebas. La anciana ingresó en la Beneficencia y allí murió.


Bibliografia consultada:
José María Rincón: El crimen de la ermita del Cristo del Otero
F. Roberto Gordaliza Aparicio: Historias y leyendas palentinas
Diario Palentino: Las entrañas del Otero 25-11-2007

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