De todos es sabido que desde la antigüedad las fiestas de Carnaval
son de carácter reivindicativo, con componentes críticos y burlescos hacia la
sociedad.
Dentro de
esta visión carnavalesca, el disfraz y la máscara representan la huida de las convicciones sociales, el escape de la realidad ocultando nuestra
identidad. Aquí es donde entra el sentido mágico de la fiesta: El engaño, la
burla, el no ser de cada uno, o quizás,
el ser auténtico de cada uno.
Al
percatarse el enmascarado o el disfrazado de no ser reconocido, inicia una
serie de bromas, chanzas y desvergüenzas
que en circunstancias normales sería incapaz de realizar.
Los momentos mejores para disfrazarse y ponerse la máscara
solían ser los días de baile, sobre todo el domingo anterior al martes de
carnaval (domingo gordo) y el domingo de piñata (domingo después, ya en
cuaresma). Durante el reinado de Carlos III, se introdujeron los bailes de
máscaras en casi todos los teatros españoles y americanos. Cabe distinguir los
bailes organizados por sociedades, casinos, círculos de recreo, etc… a los que
acudían personas de las altas esferas sociales y los bailes populares, donde iban
la gente menos pudiente y que se realizaban en plazas públicas.
A veces debido a la impunidad que otorgaba el ir enmascarado
o disfrazado, ocurrían abusos y desordenes, lo que dio lugar a la publicación de severas normas para
la celebración de estos actos. Así por ejemplo citemos una disposición recogida
por el diario El Norte de Castilla del 22 de febrero de 1873 para los bailes de
enmascarados: “Se prohíbe el uso de trajes y vestidos que representen ministros de
los diversos cultos y religiones, así como de los altos funcionarios y
milicias, en las mascaradas se prohíbe toda clase de alusiones antirreligiosas
e inmorales, ningún enmascarado se permitirá dirigir insulto o broma ofensiva
ya sea de palabra o de hecho”. Como veis, la Iglesia siempre tan permisiva …..
Para
terminar y como anécdota o curiosidad, cuando en 1909 Barcelona vivía una
oleada de reivindicaciones obreras, muchos aconsejaron al gobernador civil
Ángel Osorio que prohibiera aquel año el carnaval, pues creían que daría pie a disturbios, pero
no quiso hacerlo, sino que situó durante los festejos a lo largo del Paseo de
Las Ramblas cientos de policías disfrazados de pierrots portadores cada uno de
sendas estacas parecidas al as de bastos.
Se corrió la noticia y cayó en gracia, sobre todo cuando la
gente se dio cuenta de que al paso del gobernador todos aquellos pierrots
saludaban presentando armas, en este caso las garrotas, como si de fusiles se
tratara: aquel año el carnaval fue pacífico y no hubo problemas.
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