miércoles, 7 de febrero de 2018

Disfraces y máscaras






De todos es sabido que desde la antigüedad las fiestas de Carnaval son de carácter reivindicativo, con componentes críticos y burlescos hacia la sociedad.
Dentro de esta visión carnavalesca, el disfraz y la máscara representan  la huida de las convicciones sociales,  el escape de la realidad ocultando nuestra identidad. Aquí es donde entra el sentido mágico de la fiesta: El engaño, la burla, el no ser de cada uno,  o quizás, el ser auténtico de cada uno.
Al percatarse el enmascarado o el disfrazado de no ser reconocido, inicia una serie de bromas, chanzas y desvergüenzas que en circunstancias normales sería incapaz de realizar.

Los momentos mejores para disfrazarse y ponerse la máscara solían ser los días de baile, sobre todo el domingo anterior al martes de carnaval (domingo gordo) y el domingo de piñata (domingo después, ya en cuaresma). Durante el reinado de Carlos III, se introdujeron los bailes de máscaras en casi todos los teatros españoles y americanos. Cabe distinguir los bailes organizados por sociedades, casinos, círculos de recreo, etc… a los que acudían personas de las altas esferas sociales y los bailes populares, donde iban la gente menos pudiente y que se realizaban en plazas públicas.



A veces debido a la impunidad que otorgaba el ir enmascarado o disfrazado, ocurrían abusos y desordenes, lo que dio  lugar a la publicación de severas normas para la celebración de estos actos. Así por ejemplo citemos una disposición recogida por el diario El Norte de Castilla del 22 de febrero de 1873 para los bailes de enmascarados: Se prohíbe el uso de trajes y vestidos que representen ministros de los diversos cultos y religiones, así como de los altos funcionarios y milicias, en las mascaradas se prohíbe toda clase de alusiones antirreligiosas e inmorales, ningún enmascarado se permitirá dirigir insulto o broma ofensiva ya sea de palabra o de hecho”. Como veis, la Iglesia siempre tan permisiva …..

Para terminar y como anécdota o curiosidad, cuando en 1909 Barcelona vivía una oleada de reivindicaciones obreras, muchos aconsejaron al gobernador civil Ángel Osorio que prohibiera aquel año el carnaval,  pues creían que daría pie a disturbios, pero no quiso hacerlo, sino que situó durante los festejos a lo largo del Paseo de Las Ramblas cientos de policías disfrazados de pierrots portadores cada uno de sendas estacas parecidas al as de bastos.
Se corrió la noticia y cayó en gracia, sobre todo cuando la gente se dio cuenta de que al paso del gobernador todos aquellos pierrots saludaban presentando armas, en este caso las garrotas, como si de fusiles se tratara: aquel año el carnaval fue pacífico y no hubo problemas.








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