El ferrocarril de Bilbao-La Robla se inauguró en 1894.Fue el
trayecto más largo de Europa de un tren de vía estrecha, con locomotoras de vapor,
recorriendo una zona de España austera y en una época difícil para llevarse
algo a la boca, no quedaba más remedio que buscarse la vida para comer
caliente, bien y de forma económica. Y con este fin nació la Olla Ferroviaria.
Los ferroviarios soportaban largas jornadas de trabajo entre 10 y
16 horas, muchas veces con un frío extremo, y la necesidad de una comida
caliente y nutritiva se hacía de rogar. Los trabajadores se encontraban con un
problema a la hora de encajar las horas de la comida en sus quehaceres diarios.
La solución fue realizar la comida sobre la marcha, aprovechando los recursos
de las máquinas y su imaginación.
Un buen día alguien probó a conectar un tubo desde el serpentín de
la locomotora hasta una vasija, consiguiendo preparar unos buenos guisos al
vapor. Más adelante se avanzó en la sofisticación del invento: el carbón
sustituyó al vapor y la cocción lenta en la cola del tren se
impuso sin
discusión. Se instaló así una forma de trabajar que eliminó el
problema que
suponía la hora de comer y, casi de rebote, creó todo un arte
culinario.
Hay que pararse a pensar en la envergadura de su idea, ya que con
el guiso de la olla se daba de comer a toda la brigada del tren y acabó
convirtiéndose en un momento esperado por los trabajadores por la exquisitez de
la comida y por ser un instante de hermanamiento y reunión que todos
agradecían, dada la cantidad de horas que trabajaban. Por otra parte, este
invento tenía una doble función, ya que durante los duros meses de invierno el
calor de la olla servía también como calefacción.
Aunque originaria de Mataporquera y su municipo de Valdeolea
(ferrocarril de
La Robla), la olla ferroviaria se ha extendido por todo el
territorio de
Campoo-Los Valles y por otras regiones, como Asturias, Vizcaya,
norte de
Burgos y de Palencia…
La olla ferroviaria cumple hoy una finalidad bien distinta pero
sigue despertando admiración y está presente en muchas fiestas y eventos de
caracter culinario.
Probablemente, aquellas primeras ollas ferroviarias eran bastante
más
rústicas que las actuales. En la actualidad está compuesta de dos
partes, un recipiente metálico y un puchero. El primero normalmente está
realizado con chapa y dispone de tres patas. Es el soporte donde se realiza el
fuego con el carbón vegetal. Por su parte, el puchero puede ser de porcelana
esmaltada o de barro y en él es donde se cocina el guiso.
El puchero tomado por las asas del collarín se introduce en este
cuerpo externo, quedando suspendido. Así, el aire caliente de la combustión
está en contacto con el fondo y todo el contorno del puchero, antes de salir al
exterior por las perforaciones de la parte alta.
La cazuela/olla/puchero, rodeada de aire caliente a temperatura
constante y no muy elevada, realiza una cocción lenta y garantiza el éxito
culinario de la olla ferroviaria.
La vistosidad de los recipientes ha propiciado para muchas ollas
ferroviarias
el destino de objeto decorativo.
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