El verano es tiempo de tormentas, y con las tormentas los
rayos y los truenos. En todos los lugares de nuestra geografía se ponían en
práctica antiguos ritos y costumbres para librarse de ellas, sobre todo de los
temidos rayos.
Existía
la creencia de que tocando fuertemente las campanas de la iglesia, “el nublo” se iba hacia otro sitio. En
algunos lugares había una campana especifica llamada “la campana de los nublados” que se tocaba para avisar o conjurar el
peligro de estos.
Si se estaba en casa durante la tormenta nada mejor que
prender una vela que hubiese estado encendida en la Iglesia el Jueves Santo.
Así mismo se huía de los animales con pelo porque atraían las chispas,
por eso al gato se le echaba fuera del hogar. También protegían las casas el romero y el
tomillo bendecidos el Domingo de Ramos. En Galicia se dice que donde crece un
laurel no cae un rayo… En muchos pueblos se colocaban a la puerta de la
vivienda instrumentos a los que se les atribuía un poder especial como las
hachas de cortar leña o las palas de cocer el pan. Y rezar, la gente se
acordaba de Santa Bárbara cuando empezaba a tronar…..
“Santa Bárbara bendita
que en el cielo estás
escrita
con papel y buena tinta
en el ara de la Cruz
Paternóster y amén
Jesús”
Si el
nublado te pillaba en el campo lo mejor no refugiarse debajo un árbol, sobre todo si es un roble viejo y
seco, pero la sabiduría popular dice que fresnos y espinos ahuyentan el rayo.
Los
pastores se clavaban una espina en la boina y llevaban en el zurrón la llamada piedra del rayo.
Sobre la piedra del rayo dice la leyenda que cuando cae un
rayo, con él cae siempre una piedra puntiaguda que se clava en la tierra. Es
también llamada “piedra de centella”. En la creencia popular, esta piedra además de preservar de los rayos, cura algunas
enfermedades de las ovejas y las vacas.
Estas piedras son en realidad, piedras pulimentadas de
épocas prehistóricas (hachas procedentes del Neolítico), muy duras, la mayoría
de sílex de color gris o negro, encontradas en el campo que más adelante
perdieron su función y ya desde la Edad del Bronce se convirtieron en motivo de
culto.
Aparte
de la piedra del rayo, se recogían nueve o doce piedras en determinados días del
año: la noche de Santa Brígida, el Sábado Santo después de los Oficios y el
Domingo de Resurrección, mientras repicaban las campanas de la iglesia. Estas
piedras se tenían en casa y cuando llegaba la tormenta se lanzaban a lo alto,
fuera de las casas, en la creencia de que así alejarían los nubarrones.
Hay
que tener en cuenta que los nublos no sólo arruinaban cosechas, producían
incendios y mataban a personas y animales,
sino que también entorpecían muchas labores domésticas, tales como hacer
el pan o la mantequilla en cada hogar. La tormenta no dejaba “leudar” el pan antes de la hornada, o “natar” la leche antes de elaborar la
manteca. También podían “atronarse”
los huevos que estaban empollando las gallinas… Así que, aunque parezcan cosas
nimias, era obligado tomar precauciones (aunque
la mayoría basadas en supersticiones) cuando el aspecto del cielo amenazaba tormenta o se escuchaban los primeros truenos en la lejanía.
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