Los molinos,
el molinero y la molinera, han sido protagonistas de numerosas narraciones de
nuestra literatura nacional. Sirvan como ejemplo el episodio de los molinos de
viento de Don Quijote o las andanzas del molinero y la molinera del “Sombrero
de tres picos” de Pedro Antonio de Alarcón. Igualmente aparecen en muchas
coplas, cantares y romances de todas las provincias españolas.
Pero
también los viejos molinos harineros, nos han dejado un montón de palabras y
dichos populares (hoy en desuso), que estaban íntimamente relacionados con la
vida cotidiana de años atrás.
Si
escuchamos hoy en día la expresión “soltarse
la tarabilla”, la mayoría no sabremos a que hace referencia, ni lo que
significa. Vamos a explicarlo, pues este dicho se ha estado usando hasta no
hace mucho tiempo.
La tarabilla, era una tabla pequeña de madera que colgaba de una cuerda para
controlar el grano que se echaba sobre las piedras de moler de los molinos. Se
colocaba en la tolva contra la cual golpeaba, produciendo un sonido continuo y
monótono, que servía eficazmente para
controlar el grano que caía y avisaba al molinero de que la maquinaria
funcionaba perfectamente. Si la tarabilla dejaba de sonar, podía haber un
atasco en el mecanismo o anunciaba que se había acabado el grano. En
algunos lugares se la conoce con el
nombre de sonaja.
La
inventiva popular acuño la frase “soltar la tarabilla” para referirse a
alguien que habla mucho, sin parar. Y como además la tarabilla tenía forma de
lengua y producía un sonido a base de
golpes continuos y rápidos, parecía un charlatán que habla y habla sin límites.
Lastima
que al perderse en la memoria la
actividad de molineros y molineras, haya sido olvidada esta expresión del
lenguaje popular, porque hoy en día habría muchas ocasiones para poder
utilizarla con tanto “parla puñaos” que hay suelto.
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