Trébede |
Ahora
que llegan los fríos, como apetece estar sentado cerca de una buena lumbre,
contemplando como arde la leña o como saltan chispas del fuego.
Esta
lumbre antiguamente estaba situada en el eje del hogar: “la cocina”.
La
cocina era el centro de la casa ya que en ella además de hacerse las comidas,
era el único sitio que se disponía de calor continuo, por eso era el lugar
donde se hacía la vida.
En la
cocina estaba la hornacha o lumbre baja, atizada con leña, sobre la
cual se asentaba la trébede. La
trébede era un espacio o poyata grande, construida sobre la hornacha que
calentaba la cocina y servía para sentarse y hasta tumbarse al calor. También
se denomina trébede a la parrilla de hierro redonda con tres patas que se usa
para poner sobre ella los pucheros y guisar en la boca de la hornacha. Más
tarde vinieron las cocinas económicas
también conocidas como bilbaínas alimentadas
por leña y carbón.
Cocina bilbaina |
Mención aparte merece destacarse La gloria, un sistema de calefacción
que, consta de tres partes fundamentales: el hogar o boca por donde se
introduce y “enroja” la paja, tamuja
o sarmientos que sirven de lento combustible (se sitúa generalmente en la
cocina o en el pasillo que comunica la vivienda con el corral); una serie de
galerías que recorren, bajo el suelo de la casa, las principales dependencias;
y una chimenea o humero empotrada en el muro, por donde sale el humo.
Calentador |
Para
calentar las demás estancias de las casas, sobre todo las habitaciones, se
utilizaban utensilios que transportaban el foco calórico a dichos puntos. Por
ejemplo los calentadores de latón, formados
por un recipiente donde se colocaban las brasas de la lumbre y un largo mango
de madera, que eran pasados por las sábanas de la cama.
Destinados
a calentar la habitación o la sala en general estaban los braseros y calderetas.
Volviendo a la cocina, en ella se disponía
gran cantidad de útiles y herramientas relacionados con la lumbre: Fuelle, badil, gancho, paletón, tenazas……
Y en la cocina al amor de la lumbre, tenían
lugar las reuniones nocturnas después de la cena. En animada velada con la
familia y los vecinos, se cantaban romances y coplas, se contaban cuentos que
pasaban de padres a hijos y se hacía un repaso de todos los acontecimientos de
la comarca. Mientras en el exterior, el frio y los primeros copos de nieve,
anunciaban un duro invierno.
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