Hace
años, una estampa muy repetida en el medio rural era la llegada de los cómicos
con obras adaptadas a muy pocos intérpretes. En el pueblo era un acontecimiento
extraordinario que rompía con la monotonía de sus vidas: traían noticias
frescas de otros lugares, repartían ilusiones y animaban a la población cuando
la actividad agrícola no era excesiva.
La compañía
teatral, generalmente estaba compuesta por muy pocos actores, siendo más bien
un elenco familiar. En la obra cada uno interpretaba varios papeles diferentes,
algunas veces mostrando sus recursos personales tales como acrobacias y
malabarismos, dignos herederos de la comedia del arte italiana de la mitad del
siglo XVI.
La gente
se preparaba de banquetas y sillas para verlos actuar en la panera, en el
corral o en la plaza del pueblo. Luego les aplaudían o les tiraban tomates,
pero antes de la representación se habían cuidado de esconder las gallinas, los
conejos y demás animales y comestibles susceptibles al hurto. Y es que los
cómicos venían precedidos de una muy mala fama: Robaban las gallinas y la lana
de los colchones y se marchaban por las ventanas de tabernas y mesones sin
pagar. De esto proviene el dicho:
“Esconded
las gallinas que vienen los cómicos”
La vida
de estos cómicos, se ve muy bien reflejada en la película de 1986 “El viaje a
ninguna parte” de Fernando Fernán Gómez.
Estos espectáculos
que formaban parte de una tradición costumbrista en el medio rural, se vieron
destinados a desaparecer con la naciente
televisión, primero en los teleclubs y luego con la llegada a todos los hogares
de la pequeña pantalla.
Cómicos,
duermen
vestidos,
viven
desnudos,
beben
la vida a tragos.
son
adorados,
son
calumniados,
como
dioses de barro.
(Victor Manuel)
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