-Cuando se oía el sonido característico de la “chifla” del
afilador, los chavales se agolpaban para ver saltar las chispas de la piedra de
afilar.-
El oficio de afilador fue un oficio característicamente
ambulante, que llego a contar con su propia lengua o jerga: “el barallate”, con
el cual se entendían entre ellos.
Se sabe de la existencia de afiladores ambulantes desde hace
más de tres siglos, generalmente procedentes de la provincia de Ourense y sobre
todo de los municipios de Castro
Caldelas, Esgos, Chandreixa
de Queixa, Nogueira
de Ramuín, Pereiro de Aguiar, San
Xoán de Río y Xunqueira de
Espadañedo.
Se
trasladaban a pie por los caminos de España, primero
transportando a sus espaldas la tarazana, un curioso e ingenioso artilugio del afilador, y más tarde rodando. Era una rueda enorme,
casi como de carreta, rodeada de una armazón de madera y una gran correa. Para afilar, la estructura se convertía en una
base que apoyaba en el suelo, con lo que la gran rueda subía y quedaba libre.
Se acoplaba una correa de cuero y mediante el pie, dándole a un pedal, el
afilador estaba listo para hacer girar las ruedas de afilar, teniendo las dos
manos libres para manipular los utensilios a los que necesitaba renovar el
filo. Además de afilar cuchillos, navajas, tijeras, hoces y demás herramientas,
arreglaba paraguas, cazuelas y otros utensilios domésticos. Mientras hacia su trabajo, el afilador solía
dar noticias de lo que ocurría en las localidades que había visitado y contaba mil historias a los allí congregados.

En la segunda mitad
del siglo XX la emblemática” rueda o tarazana” fue sustituida por herramientas
más modernas, como la bicicleta o la motocicleta, modificadas de forma que en
su parte trasera llevan montadas el esmeril mecánico con una piedra de afilar .