lunes, 20 de julio de 2015

Nublos y tormentas



El verano es tiempo de tormentas, y con las tormentas los rayos y los truenos. En todos los lugares de nuestra geografía se ponían en práctica antiguos ritos y costumbres para librarse de ellas, sobre todo de los temidos rayos.

 Existía la creencia de que tocando fuertemente las campanas de la iglesia, “el nublo” se iba hacia otro sitio. En algunos lugares había una campana especifica llamada “la campana de los nublados” que se tocaba para avisar o conjurar el peligro de estos.
Si se estaba en casa durante la tormenta nada mejor que prender una vela que hubiese estado encendida en la Iglesia el Jueves Santo. Así mismo se huía de los animales con pelo porque atraían las chispas, por eso al gato se le echaba fuera del hogar.  También protegían las casas el romero y el tomillo bendecidos el Domingo de Ramos. En Galicia se dice que donde crece un laurel no cae un rayo… En muchos pueblos se colocaban a la puerta de la vivienda instrumentos a los que se les atribuía un poder especial como las hachas de cortar leña o las palas de cocer el pan. Y rezar, la gente se acordaba de Santa Bárbara cuando empezaba a tronar…..

“Santa Bárbara bendita
que en el cielo estás escrita
con papel y buena tinta
en el ara de la Cruz
Paternóster y amén Jesús”


Si el nublado te pillaba en el campo lo mejor no refugiarse debajo un  árbol, sobre todo si es un roble viejo y seco, pero la sabiduría popular dice que fresnos y espinos ahuyentan el rayo.
Los pastores se clavaban una espina en la boina y llevaban en el zurrón la llamada piedra del rayo.

Sobre la piedra del rayo dice la leyenda que cuando cae un rayo, con él cae siempre una piedra puntiaguda que se clava en la tierra. Es también llamada “piedra de centella”. En la creencia popular, esta piedra  además de preservar de los rayos, cura algunas enfermedades de las ovejas y las vacas.
Estas piedras son en realidad, piedras pulimentadas de épocas prehistóricas (hachas procedentes del Neolítico), muy duras, la mayoría de sílex de color gris o negro, encontradas en el campo que más adelante perdieron su función y ya desde la Edad del Bronce se convirtieron en motivo de culto.
Aparte de la piedra del rayo, se recogían nueve o doce piedras en determinados días del año: la noche de Santa Brígida, el Sábado Santo después de los Oficios y el Domingo de Resurrección, mientras repicaban las campanas de la iglesia. Estas piedras se tenían en casa y cuando llegaba la tormenta se lanzaban a lo alto, fuera de las casas, en la creencia de que así alejarían los nubarrones.


Hay que tener en cuenta que los nublos no sólo arruinaban cosechas, producían incendios y mataban a personas y animales,  sino que también entorpecían muchas labores domésticas, tales como hacer el pan o la mantequilla en cada hogar. La tormenta no dejaba “leudar” el pan antes de la hornada, o “natar” la leche antes de elaborar la manteca. También podían “atronarse” los huevos que estaban empollando las gallinas… Así que, aunque parezcan cosas nimias, era obligado tomar precauciones  (aunque la mayoría basadas en supersticiones) cuando el aspecto del cielo amenazaba tormenta o se escuchaban los primeros truenos en la lejanía.